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El «fitness», ¿una buena disciplina o una obsesión por mi cuerpo?
Cuando alguien está en buena forma física, con un buen estado de salud funcional y metabólico, entonces decimos que tiene buen fitness


Por: Sebastian Campos | Fuente: Catholic.link



La palabra fitness proviene del inglés y es un concepto muy popular usado hoy en día que hace referencia a dos cosas relacionadas entre sí. Por una parte, se refiere a una actividad física que se planifica y que tiene como objetivo mejorar la forma física con el propósito de mantener la salud. Por otra se usa como algo que la gente puede poseer o un estado que se puede alcanzar. Cuando alguien está en buena forma física, con un buen estado de salud funcional y metabólico, entonces decimos que tiene buen fitness. Ambas definiciones son aceptadas y para muchas personas son ideales a alcanzar. Gastan horas, dinero y esfuerzo para lograr los objetivos que este propone: verse bien y sentirse bien. Esto puede traducirse, en los hombres como tener los músculos más marcados; y en las chicas como verse más delgadas y estilizadas.

En esencia el fitness no es malo, al contrario, es muy bueno hacer deporte como una práctica ascética en la que disciplinamos el cuerpo para entrenar la voluntad. Estamos pues, haciendo bien al preocuparnos por nuestro cuerpo. El problema es que no siempre la motivación es dar gloria a Dios como dice San Pablo. Las motivaciones pueden distorsionarse en la medida que las prioridades del mundo se van colando. Tanto para hombres y mujeres, los músculos, el contar las calorías, las tallas, la báscula, la ropa ajustada y las vitaminas, se van volviendo en casi un culto. Si a ti te está pasando esto, o estás cerca de alguna persona que vive para el deporte es bueno que la acompañes pues puede perder el norte y tener consecuencias que no afectan solo lo físico sino también lo espiritual.

El Papa Francisco hablando a deportistas italianos en el Vaticano recordó que: «la Biblia nos enseña que la persona humana es un todo uno, espíritu y cuerpo.  (…) los animo a cultivar siempre, junto a la actividad deportiva, también competitiva, la dimensión religiosa y espiritual». Pero, ¿qué ocurre cuando esos valores no aparecen?, ¿cómo acompañamos a alguien que ha perdido el norte y solo se preocupa por su apariencia física?

Queremos presentarles una lista de situaciones reales que pueden llegar a experimentar aquellas personas que son asiduas al fitness y que buscan modificar su composición corporal y apariencia a través del ejercicio olvidándose de lo demás, para que los acompañes y por sobre todo les ayudes a que, manteniendo su estilo de vida saludable, puedan reorientarlo hacia donde realmente Dios quier que se dirija.

1. Masculinidad expresada simplemente en el desarrollo físico



Dios ha asignado un rol a los varones y su masculinidad es vivida en plenitud, no por el desarrollo muscular y la capacidad física de hacer cosas, sino por cómo se vive ese rol. Se nos ha confiado el cuidado de los más débiles, el rol de cabeza del hogar, de padre amoroso y preocupado. Se nos ha puesto a grandes santos como ejemplo y a Jesús mismo como modelo de masculinidad y fortaleza, pero se nos pide delicadeza con el débil al mismo tiempo. En ninguna parte aparece que para vivir esa masculinidad se deba poseer una gran masa muscular.

2. Mucho tiempo invertido con el pretexto de cuidar la salud

Hay tiempo para todo, un tiempo para cada cosa bajo el sol. El problema es cuando las prioridades se desordenan. El cuidado de la salud física es importante y debemos dedicar tiempo a eso. Estudios dicen que al menos tres veces a la semana debiéramos hacer ejercicio físico. No obstante hay otras cosas a las cuales también es bueno dedicar tiempo, y a diario, no solo tres veces a la semana: Dios, la familia, el crecimiento intelectual y espiritual, el descanso, los amigos, el trabajo y un largo etcétera. Qué el deporte nos ayude a desarrollar el hábito y la disciplina para poder dar el tiempo necesario a cada cosa, pero que no se convierta en una actividad a la cual se le da tiempo de forma desproporcionada.

3. Obsesionado con los resultados visibles

San Pablo afirma con mucha seguridad que los cristianos «no tenemos puesta la mirada en las cosas visibles, sino en las invisibles: lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno» (2 Corintios 4, 18). Y no es una fundamentación mediocre para aquellos en mala condición física, sino que significa mirar el ejercicio físico no por lo que produce exteriormente, sino porque ayuda al cuidado integral de la persona, porque desarrolla aspectos que Dios quiere que sean desarrollados, ¡pero para poder alcanzar estas cosas invisibles, no para tener brazos más fornidos o una espalda más ancha! Si alguien hace ejercicio y el único resultado que obtiene son kilos de menos y músculos de más, entonces no ha servido de nada.



4. Buscar un desarrollo desmedido de la fuerza

¿Para qué ser fuerte? (con la excepción de deportistas profesionales o de personas que necesitan fuerza como un requerimiento de seguridad por su trabajo) si preguntas a aquellos que entrenan para tener mucha fuerza la razón de porqué lo hacen, vas a descubrir como sus argumentos son vacíos y con poca reflexión de por medio. Ser fuerte y no poder llevar adelante la propia vida no tiene sentido. Ser fuerte y no darle un uso ayudando al prójimo hace que esa fuerza pierda valor. Pero más aún, la fuerza física puede ser importante para sortear algunos desafíos domésticos como correr un sofá, pero la fuerza espiritual es importante para todos los desafíos de la vida. ¿Cómo entrenar esa fortaleza espiritual?

5. Ver mi cuerpo como una herramienta de seducción

No hay nada de malo con querer ser agradable a los demás. Esto aplica sobre todo para aquellas solteras o solteros que están enamorados y desean llamar la atención de quien pretenden. Pero hacerlo basados únicamente en la apariencia tiene un gran riesgo: ¿qué más puedo ofrecer además de verme bien? Poner todo el esfuerzo en el aspecto deja a Dios en la banca y no le permite jugar. Él ha puesto cosas increíbles en cada uno y esas cosas son gran parte de nuestro atractivo. Por otra parte la seducción en sí misma no es algo muy santo, pues conlleva a asociar a la persona de su cuerpo, tiene a fomentar los deseos desordenados y estimula la sexualidad más allá de su orden natural.

6. Mujeres masculinizadas y hombres afeminados

Tenemos roles distintos, no porque exista distinción social entre los géneros masculinos y femeninos, sino porque somos intrínsecamente diferentes y Dios lo ha querido así. «Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó» (Génesis 1, 27). Comportarse como varón, verse como varón y relacionarse con los demás como varón ha de ser la forma en la que el hombre viva la identidad que Dios le ha regalado. Ser una mujer en plenitud y vivir la feminidad con delicadeza sin pretender ocupar el lugar del varón, tener la fuerza de un varón o el rendimiento físico de un varón, hará que esa mujer descubra el valor que tiene en sí misma y no queriendo ser como otros.

7. Caer en la vanidad y en el excesivo cuidado de la apariencia

No es cosa menor ser vanidoso, en efecto es el mismo pecado del diablo y por el cual fue expulsado del cielo. No digo que quienes caen en la vanidad sean diabólicos, pero la tendencia es que terminen sintiendo lo mismo que sintió él al principio de los tiempos:«Tu corazón se llenó de arrogancia a causa de tu hermosura; corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor» (Ezequiel 28, 17).

Buscar verse bien no tiene nada de malo, pues habla del amor propio, ese que debemos tener para amar al prójimo como a nosotros mismos, pero que la vida entera gire en torno al aspecto físico, lo que sin duda es una especie de idolatría y pone al cuerpo y a su apariencia en el lugar que le corresponde a de Dios.

8. Contar calorías y preocupación desmedida por el peso

«Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien» (Catecismo 357).  Esto nos habla de que no debemos mirarnos como un objeto a mejorar sino una persona a quien cuidar. Es sano preocuparse por lo que uno come, sobre todo por cuestiones de salud y mantener los índices metabólicos en parámetros saludables. También es sano cuidar la dieta para mantener un peso adecuado, no solo por la apariencia y el amor propio (que sin duda son importantes) sino por los riesgos de salud y calidad de vida. Sentir culpa y remordimiento por comer un postre, una golosina o una merienda puede convertirse en una distorsión moral que afecta no solo la vida de quien no lo come. Cuídate, sé consciente de lo que comes, pero no seas esclavo de eso.

9. No te compares

«Cada uno examine su propia conducta, y así podrá encontrar en sí mismo y no en los demás, motivo de satisfacción» (Gálatas 6, 4).

No te compares, si has de competir contra alguien para superarlo que sea contra ti mismo y si buscas un modelo para asemejarse, que sea Jesús. Encontrar motivación en querer ser o verse como otra persona no es sano, no es necesario ser un imitador cuando se puede ser la versión original.

10. Superar la pereza y llevarlo a la vida espiritual

El entrenamiento físico y el esfuerzo que este implica tienen un impacto importante en el entrenamiento de nuestra voluntad y por lo tanto, en nuestro camino a la santidad. Quien se acostumbra a esforzarse y no dejar las cosas a medias, podrá hacerlo también en otros aspectos de su vida. Entrenar tu cuerpo ayuda para que tu alma sepa cómo disciplinarse y no que tu cuerpo sea el que de las órdenes.

«El que asciende no termina nunca de subir, y va paso a paso; no se alcanza nunca el final de lo que es siempre susceptible de perfección. El deseo de quien asciende no se detiene nunca en lo que ya le es conocido» (San Gregorio de Niza).

 







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