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Un encuentro auténtico
Benedicto XVI en conversación con Fidel Castro en la nunciatura apostólica


Por: Mario Ponzi | Fuente: L´Osservatore Romano



Al final, tuvo lugar el encuentro. Benedicto XVI y Fidel Castro conversaron amigablemente alrededor de treinta minutos. El anciano líder había manifestado su vivo deseo de encontrarse con Benedicto XVI, «un Papa al que admiro muchísimo» había dicho varias veces y lo repitió al Pontífice personalmente cuando se encontró con él. Ambos quedaron satisfechos. El clima fue sereno, distendido, amistoso. Castro llegó puntualísimo a la nunciatura. Lo recibió el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado, con el cual esperó al Papa. En esos pocos minutos el líder cubano manifestó su atención a la vida de la Iglesia.

Confesó que durante mucho tiempo esperó ver en los altares a la madre Teresa de Calcuta —«una gran benefactora de Cuba» la definió— y a Juan Pablo II, «un hombre que he aprendido a apreciar muchísimo». Y manifestó estos sentimientos de modo espontáneo.

Castro se veía cansado y marcado por los años, pero lúcido y vivaz. Y cuando se encontró ante Benedicto XVI se percibió que efectivamente tenía el deseo de conocerlo en persona. Castro mostró inmediatamente un gran interés por conocer, por saber. Dirigió al Papa una serie de preguntas de amplio alcance. Sorprendió la primera: «¿Por qué la liturgia ha cambiado tanto?». Su recuerdo se remonta al período anterior al Concilio y el Pontífice comenzó su respuesta precisamente desde el Vaticano II. «Los padres conciliares consideraron oportuno cambiar la liturgia para hacerla más accesible a los fieles, explicó el Papa. Aunque eso —prosiguió— ha creado situaciones que sugieren ulteriores modificaciones».

Luego, extendiendo la mirada hacia el mundo, hablaron de los cambios culturales, sociales y económicos que, a pesar del progreso de la ciencia en todos los campos, parecen ser causa de tensión en el hombre, más que de bienestar. El Papa achacó este empeoramiento de la situación a la pretensión de mantener a Dios lejos de la escena del mundo. La Iglesia, por su parte, intenta volver a ponerlo en el centro de la historia del hombre. Esta es su misión.

Seguidamente, Fidel Castro quiso saber cuál era el papel de un Pontífice. Benedicto XVI le habló de su misión de guía espiritual de más de mil millones de fieles. «Debo ir a encontrarme con ellos —dijo— dondequiera que estén». Fue un momento emotivo: mientras el Papa hablaba, Castro asentía con la cabeza. Y en su rostro se manifestaba la admiración sincera que siente hacia Benedicto XVI. Entonces preguntó al Papa, casi coetáneo suyo, cómo logra hacer todo eso. El Pontífice sonrió y respondió: «Es verdad, ya soy anciano, pero todavía puedo cumplir mi deber al servicio de la Iglesia».

Siguieron hablando de la edad, porque Castro, manifestando su sintonía con Benedicto XVI, la justificó por el hecho de «pertenecer a la misma generación». Más aún, dijo que le habría gustado poder hablar más a menudo con él de todo lo que lo inquieta. «Precisamente el hecho de que pertenecemos a la misma generación —respondió el Papa— nos podrá mantener en contacto a través de nuestro pensamiento generacional».

Castro, luego, dijo al Papa que tiene dificultades para comprender bien cuál es el sentido de la religión frente a las continuas evoluciones de la ciencia. El Pontífice le expuso brevemente el sentido del encuentro entre ciencia y fe, entre fe y razón, para ayudarle a entender que no se trata de dos ámbitos opuestos, sino de dos momentos fundamentales para la conciencia del hombre, que como tales no se deben separar.

Castro se mostró deseoso de saber. Impresionado por las explicaciones del Papa, por sus conocimientos, le confesó que, aunque pasa el tiempo leyendo y reflexionando sobre todo lo que concierne a la vida del hombre, había comprendido en esos momentos que había aún muchas cosas por conocer. «¿Me recomienda algún libro para profundizar mi conocimiento en esta materia?», preguntó. El Papa respondió: «Ciertamente. Pero déjeme pensar un poco qué aconsejarle. Luego le indicaré los títulos a través del nuncio».

Estas fueron las últimas palabras de la conversación. Luego Fidel Castro, que tenía a su lado a la señora Dalia, presentó al Pontífice a tres de sus hijos y se despidió. Y mientras dejaba la nunciatura seguía repitiendo a quienes se encontraba: «Saludos al Santo Padre», a pesar de que acababa de estar con él. Parecía que no quería dejarlo.







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