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Un rincón para serenar el alma
Desde una oración humilde a Dios, encontraremos palabras para no herir al otro al exponer verdades irrenunciables


Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net



 

Los choques hieren, cansan, dejan una extraña crispación y, en ocasiones, un sentimiento amargo de impotencia.

Quisimos arreglar un problema, y lo agravamos. Buscamos una vía de diálogo, y la ira ofuscó nuestras palabras o las del otro. Pensamos que era fácil aplicar este remedio, y la puerta cerrada nos hizo ver que la situación era mucho más compleja.

El alma queda aturdida y confusa. Quisiéramos haber evitado un nuevo desacuerdo. Pero ya ocurrió. Queda dentro una cierta pena por la culpa que haya en uno mismo o por las actitudes no del todo comprendidas de la otra parte.

Buscamos, entonces, un rincón para serenar el alma. No podemos vivir sin paz, ni hay concordia mientras esté encendido el fuego de la ira, a veces surgida desde algo muy pequeño.

Llega el momento de mirar al cielo, de reconocer lo que es relativo, de ceder un poco en temas negociables para que sea posible abrir un camino para la reconciliación y la búsqueda conjunta de lo bueno para todos.

Otras veces no hay vía de concordia: si una cosa es justa, no es correcto condescender con lo malo para conservar una paz a cualquier precio. Hay momentos en los toca decir un “no” doloroso desde la verdad, que seguramente abrirá heridas y creará problemas.

También entonces habrá que encontrar el modo de no perder la paz del alma. Desde una oración humilde a Dios, encontraremos palabras para no herir al otro al exponer verdades irrenunciables. Sobre todo, nos esforzaremos para que la puerta siga abierta al diálogo, de manera que pronto sea posible construir puentes que permitan una relación más madura y más serena.

 







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