Uniones de hecho (I)
Por: Max Silva Abbott | Fuente: A&A

Como no podía ser de otra forma, las actuales propuestas para regular las uniones de hecho, tanto hétero como homosexuales, han producido una tremenda polémica. No puede ser de otro modo, al estar en juego concepciones no sólo distintas, sino incluso opuestas de lo que el hombre y la sociedad son.
Abordaremos aquí el problema de las uniones heterosexuales, dejando las homosexuales para otra oportunidad.
Los promotores de estos proyectos señalan que es necesario regular la situación de las parejas que viven juntas sin estar casadas, a fin de solucionar varios problemas patrimoniales, de salud y de herencia que las afectan. Además, que por tratarse de una situación bastante común, ella debe ser regulada por la ley. Sin embargo, existen varios aspectos que deben tenerse en cuenta.
El primero, es que si ya se ha introducido el divorcio, incluso por voluntad unilateral, ya no existe en verdad justificación para cohabitar. La causa que solía esgrimirse era precisamente la imposibilidad de deshacer el vínculo que se mantenía con el cónyuge, lo que obligaba a esta situación anómala. Mas tal como están las cosas hoy, no se ve qué motivo razonable se puede tener para no casarse, pues en el fondo, este supuesto compromiso se puede romper cuando se quiera, igual que la cohabitación. Tómese en cuenta además, que la calidad de los hijos tampoco se ve afectada porque sus padres estén o no casados.
En consecuencia, quienes no quieren casarse parecen no desear ser regulados por la normativa legal existente, para lo cual están ejerciendo su propia libertad, pues se insiste, impedimentos reales para casarse cuantas veces quiera, ya no existen: sólo algunos trámites y tiempo.
Por otro lado, el hecho que sea una práctica extendida nada dice sobre su licitud, porque con semejante criterio, habría que legitimar la evasión tributaria o la delincuencia, por ejemplo.
Entiéndase: por razones de orden y de bien común, una sociedad establece ciertas regulaciones para hacer determinadas cosas; lo que está ocurriendo aquí es que dicha regulación se ha hecho mucho más laxa (gracias al divorcio) y además, se pretende dar carta de ciudadanía a quienes ni siquiera así quieren cumplirla. En consecuencia, si algunos no quieren amoldarse a las reglas existentes, no teniendo impedimentos reales para hacerlo, es cosa suya: que asuman las consecuencias.
Es por eso que proyectos como éstos no hacen más que debilitar aún más al matrimonio (y la familia), puesto que ya no sólo basta con quitarle su rasgo distintivo de la convivencia (su indisolubilidad); ahora se trata de hacerlo inútil, pues si se aprueba esta normativa, con toda seguridad aumentarán las convivencias en desmedro del ya socavado matrimonio. ¿Por qué mejor no eliminarlo de raíz entonces?


