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El legado de los mayores

El legado de los mayores
En la transmisión de valores, los mayores juegan un papel determinante; el desprecio a sus consejos y palabras es, al fin y al cabo, una forma de arrogancia


Por: Francesc Torralba Roselló | Fuente: ForumLibertas



Vivimos en una sociedad desarrollada e industrializada, pero con rasgos de despersonalización y de infravaloración del ser humano. Como consecuencia de ello, se tiende a valorar prioritariamente la productividad, la eficacia y la utilidad, por lo que fácilmente se tienden a marginar, en ella, a esos colectivos considerados estériles o improductivos desde el punto de vista económico.



Se ha escrito abundantemente sobre una nueva forma de discriminación y de prejuicio que recibe el nombre de ageísmo y que consiste en marginar a las personas mayores por el mero hecho de ser mayores. Esta actitud, especialmente presente en los entornos urbanos, es, además de injusta, una visión adulterada de la riqueza, pues no contempla dentro del concepto de riqueza la aportación que hacen en la marcha de la sociedad. Además de la riqueza material, que se puede cuantificar y medir, está la riqueza intangible que es un capital social de primer orden para la convivencia y la armonía de la vida civil.



La riqueza intangible que aportan las personas mayores en la sociedad es su legado, la memoria viva de lo que han sufrido y gozado a lo largo de sus vidas; los valores perennemente válidos que transmiten a partir de su ejemplo. Este legado es un bien de primer orden que no podemos desechar, ni tirar por la borda. Se impone la necesidad de crear verdaderos lazos intergeneracionales a través de los cuales sea posible la transmisión de lo vivido, puesto que esa experiencia narrada es riqueza para las nuevas generaciones. Con demasiada frecuencia, se separa un mundo del otro, cuando lo que realmente estimula y enriquece a ambos colectivos es la fluida interacción.



La situación de las personas mayores en nuestra sociedad ha mejorado ostensiblemente en los últimos lustros, pero todavía se deben combatir algunas situaciones de desprecio y de infravaloración. Algunas carencias que sufre este colectivo en nuestra sociedad son la ausencia de un trato digno, la soledad, la incomunicación, el aislamiento de la familia y de la sociedad. Los mayores se encuentran marginados por las políticas sociales en la realidad y, en muchas ocasiones, sólo son tenidos en cuenta en situaciones puntuales como la cercanía de unas elecciones.



En la transmisión de valores, los mayores juegan un papel determinante. Su experiencia les avala para hablar de lo que realmente tiene valor, de lo que es necesario tener en cuenta para lograr los objetivos que uno se plantea a lo largo de su vida. El desprecio a sus consejos y palabras es, al fin y al cabo, una forma de arrogancia.



Los mayores aportan, entre otros valores, y sin ánimo de ser exhaustivos, los siguientes: la experiencia de su vida que es el mejor aprendizaje, lo que ellos fueron y vivieron, su trabajo, su historia, su pasado, la transmisión de estas realidades axiológicas, la familia, la fe, el amor, el respeto, el trabajo, la fidelidad y la solidaridad, el aprender a disfrutar de la vida, realizándose haciendo lo que a uno le gusta y sentirse bien. Los ancianos nos enseñan, también, a ser más realistas, más prácticos, menos perfectos, a tomarnos la vida con humor, a relajarnos un poco más, a saber desprendernos de las cosas superfluas que nos esclavizan, a mantenernos en relación con nuestro entorno, con el mundo, con los otros, con las personas que queremos, a reconciliarnos con nosotros mismos, con los demás, con Dios. Finalmente, los mayores nos enseñan a aceptar el paso del tiempo de forma correcta y a prepararnos para la muerte, como un final necesario, cerrando así el ciclo evolutivo de nuestra vida.
 







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