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El progreso, ¿es irreversible?

El progreso, ¿es irreversible?
¿Es correcto considerar un progreso irrenunciable de la humanidad la elaboración y difusión del plástico?


Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net




El mito del progreso se construye sobre realizaciones concretas, innegables, pero también sobre presupuestos frágiles, discutibles. Uno de ellos consiste en afirmar que el progreso sería algo irreversible.

Según este presupuesto, una vez que se conquista una meta positiva en la marcha de la historia humana ya no habría la posibilidad de volver hacia atrás. Lo conquistado se convierte en algo definitivo o, al menos, en algo que sólo quedaría superado (y absorbido) si se conquista en el futuro algo mejor.

Sin embargo, las cosas no están tan sencillas. En primer lugar, porque las nociones de positivo, de conquista, de avance, no son claras ni tienen el mismo sentido para todos.

¿Es correcto considerar un progreso irrenunciable de la humanidad la elaboración y difusión del plástico? Ciertamente, este material transformó el modo de vivir de millones de personas y se convirtió en algo casi normal en muchos hogares. Pero no podemos negar la cantidad de problemas colaterales que el plástico ha producido en el pasado y sigue produciendo en el presente. Las presiones de muchos contra los abusos y los daños provocados por el plástico dan a entender de que lo que parecía una conquista y un beneficio para la humanidad no era completamente bueno ni inofensivo.

Otros consideran como progreso y conquista social la legalización del aborto. Según estas personas, con el aborto legal se habría conseguido un paso hacia adelante en la historia humana, ya que las mujeres tendrían en sus manos las llaves para aceptar o rechazar la llegada de hijos según sus planes personales. Por lo mismo, no quedaría espacio para volver “hacia atrás”, es decir, no sería ya posible prohibir en el futuro el aborto.

¿Es correcto pensar así? ¿No es el aborto un acto sumamente grave, en el que se permite que unos tengan el poder de eliminar a otros? ¿No estamos más bien ante un “avance” que lleva hacia la injusticia y hacia el control de los fuertes sobre los más débiles, sobre los hijos antes de nacer? ¿Resulta imposible dar un paso “hacia atrás” en el tema del aborto? ¿No sería más correcto reconocer que el aborto es un paso hacia el mal y, por lo tanto, un “retroceso” que habría que abolir lo antes posible?

Algo parecido podemos decir sobre la eutanasia, o sobre definiciones que ahora se dan del matrimonio y de la familia que nada tienen que ver con la realidad de estas instituciones humanas.

Junto a las dificultades que surgen a la hora de determinar qué pueda ser considerado como progreso, como avance hacia lo positivo, hay otro dato que los defensores del mito del progreso olvidan: no existen conquistas definitivas en la historia humana.

Por el mismo dinamismo de la vida del hombre y de las sociedades, es posible que lo considerado como “definitivo” se pierda no sólo con el pasar de muchos años, sino a veces en lapsos de tiempo relativamente breves.

En la encíclica “Spe salvi”, el Papa Benedicto XVI apuntaba a estas dos ideas. Respecto a la ambigüedad del progreso, que puede llevar a conquistas buenas y a amenazas terrificantes, decía:

“Todos nosotros hemos sido testigos de cómo el progreso, en manos equivocadas, puede convertirse, y se ha convertido de hecho, en un progreso terrible en el mal. Si el progreso técnico no se corresponde con un progreso en la formación ética del hombre, con el crecimiento del hombre interior (cf. Ef 3,16; 2Cor 4,16), no es un progreso sino una amenaza para el hombre y para el mundo” (“Spe salvi”, n. 22).

En cuanto a la idea fatua de quienes creen que nunca se vuelve hacia atrás, que resultaría posible construir sociedades “definitivas” en las que no se perdiera lo ya alcanzado, el Papa respondía:

“Puesto que el hombre sigue siendo siempre libre y su libertad es también siempre frágil, nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado. Quien promete el mundo mejor que duraría irrevocablemente para siempre, hace una falsa promesa, pues ignora la libertad humana” (“Spe salvi”, n. 24).

Nada en la vida humana es irreversible. Ni siquiera lo bueno: conquistas realmente saludables pueden perderse por negligencia o por egoísmo de individuos concretos o de grandes masas humanas. Gracias a Dios, también lo malo puede “perderse”, lo cual deja espacios abiertos a la esperanza.

Quizá algún día nuestro mundo moderno reconocerá las enormes injusticias que aloja en su seno, especialmente por haber permitido la muerte cada año de millones de hijos antes de nacer. Sólo desde ese reconocimiento será posible tomar decisiones valientes que nos acerquen no hacia un pasado “superado”, sino hacia un futuro que llegue a ser un poco más justo, más solidario y más bueno.







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