¡Shalom!
Por: Carlos Agustín Cázares Mtz., msp | Fuente: Catholic.net

El anhelo de paz es, y será siempre, un talante en el corazón del hombre. Y en nuestro días se agudiza, dados los acontecimientos bélicos en todo el mundo, pero de manera especial en Oriente Medio. Desde nuestra trinchera podríamos sólo contemplar imágenes en los medios de comunicación y lamentarnos por las tragedias que allí vemos. Ante esta situación, los cristianos no podemos ser indiferentes; debemos cuestionarnos y poner manos a la obra. Si bien la gran mayoría de nosotros no tenemos las facultades para intervenir directamente, sí tenemos la potencialidad para unirnos en oración y pedir al que es la paz en persona su intervención en nuestras vidas.
Lo que observamos y lamentamos en nuestra sociedad es el reflejo de la violencia que se ha gestado en los sentimientos más profundos del hombre; ideologías contrarias a la dignidad de la persona que han dado paso a la confusión y con ello al desequilibrio de emociones, sentimientos y deseos que rigen al ser humano. Por tal motivo es preciso reconocer que el problema es vigente y que atañe a todos y cada uno de los que formamos parte de una sociedad. No podemos dejarnos consumir por el cáncer de la indiferencia, en nosotros radica la grave responsabilidad de dar a conocer que la solución a todo conflicto está en la purificación cotidiana de nuestro interior. Esto nos compromete entonces a convertirnos en heraldos y artífices de la paz, pues no solo debemos anunciarla sino, con nuestro testimonio, construirla.
Este anhelo no se trata sólo de la pax de los latinos o la eirene de los griegos, expresiones que designan la ausencia de guerra entre las naciones, sino el hebreo biblico šālōm (shalom) con la cual el Pueblo de Dios habla, no sólo la armonía con los demás, sino, la integración espiritual y corporal del ser humano, que origina un bienestar completo entendido como don de Dios (cf. Is 26, 12; Sal 35,27). Bien lo enseñó en su tiempo el Papa Pablo VI: «La Paz para nosotros los Cristianos no es solamente un equilibrio exterior, un orden jurídico, un conjunto de relaciones públicas disciplinadas; sino que es, ante todo, el resultado de la actuación del designio de sabiduría y amor, con que Dios ha querido instaurar las relaciones sobrenaturales con la humanidad.»
Sí, lo que nuestra sociedad necesita y, aún más, lo que cada uno de nosotros necesita, es experimientar la paz que procede del Encuentro con Dios; esa configuración que la creatura asume cuando está frente a su Creador; es la donación expontánea y libre que nos capacita para recibir las bendiciones que proceden de Dios.
Nos corresponde, entonces, decidir qué vamos hacer en nuestro tiempo, no podemos esperar a que otros solucionen lo que a cada uno de los que formamos una comunidad nos toca realizar. Es momento de revolucionar nuestro entorno a base de esfuerzo, solidaridad, respeto, humildad, pero sobre todo caridad, pues ésta última encierra todas las virtudes que personalizan al ser humano y lo hacen vivir en plenitud; sabiendo además que si ve vive en la caridad, se vive en Dios, pues Dios es Amor y Principe de paz (cf. 1Jn 4, 8; Ef 2, 14).
Tú puedes construir la paz; tú debes construir la paz.


