Acercarme a Él
Por: P. Caesar Atuire, L.C |

En este año jubilar, el deseo de acercarnos al abrazo del Padre a través de la confesión debe estar presente en todos nosotros.
En Roma, se ha pedido a los sacerdotes que trabajan en la curia, que dediquen algunas horas diarias a confesar en las basílicas, por lo que éste se está convirtiendo en uno de los actos más íntimos del jubileo y, al mismo tiempo, en uno de los frutos de conversión más grandes que se están dando entre los peregrinos.
Nosotros, como sacerdotes, que estamos tan cerca de los misterios de Dios, necesitamos más que nadie experimentar una conversión profunda.
El sacerdote es el hombre de la comunión, de la Alianza con Cristo. Si decimos que estamos en comunión con Dios y caminamos en tinieblas, mentimos. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos.
Reconocernos pecadores es el primer paso para volver a la luz, donde está Él; es aceptar nuestra debilidad humana y buscar el retorno al amor del Padre, sabiendo que nos perdonará.
El encontrarnos frente a frente a nuestra debilidad puede llevarnos al desaliento si no somos humildes y nos reconocemos necesitados de la misericordia del Padre.
Cuando un sacerdote se confiesa, se lleva a cabo un acto de fe, confianza y amor.
Acto de fe en Dios, que no falla en su amor. Él perdona porque pone su corazón en nuestra miseria.
Acto de confianza en nuestra conciencia, sagrario donde nos encontramos a solas con Jesucristo.
Acto de amor, como entrega generosa de la propia intimidad, que se pone ante Aquél que todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta.
La confesión de un sacerdote es, por tanto, un encuentro de amor entre dos seres que se han elegido mutuamente y que han sellado una alianza. Un marco de amor que define la confianza que se han depositado mutuamente.


