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Pastores dabo vobis

Una vocación específica a la santidad
Una vocación que se basa en el sacramento del Orden, como sacramento propio y específico del sacerdote


Por: S.S. Juan Pablo II | Fuente: Vatican.va



"El Espíritu del Señor está sobre mí" (Lc. 4, 18). El Espíritu no está simplemente sobre el Mesías, sino que lo llena, lo penetra, lo invade en su ser y en su obrar. En efecto, el Espíritu es el principio de la consagración y de la misión del Mesías: porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva... (Lc. 4, 18). En virtud del Espíritu, Jesús pertenece total y exclusivamente a Dios, participa de la infinita santidad de Dios que lo llama, elige y envía. Así el Espíritu del Señor se manifiesta como fuente de santidad y llamada a la santificación.

Este mismo "Espíritu del Señor" está "sobre" todo el Pueblo de Dios, constituido como pueblo "consagrado" a El y "enviado" por El para anunciar el Evangelio que salva. Los miembros del Pueblo de Dios son "embebidos" y "marcados" por el Espíritu (cf. 1 Cor. 12, 13; 2 Cor. 1, 21 ss; Ef. 1, 13; 4, 30), y llamados a la santidad.

En efecto, el Espíritu nos revela y comunica la vocación fundamental que el Padre dirige a todos desde la eternidad: la vocación a ser "santos e inmaculados en su presencia, en el amor", en virtud de la predestinación "para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo" (Ef. 1, 4-5). Revelándonos y comunicándonos esta vocación, el Espíritu se hace en nosotros principio y fuente de su realización: él, el Espíritu del Hijo (cf. Gál. 4, 6), nos conforma con Cristo Jesús y nos hace partícipes de su vida filial, o sea, de su amor al Padre y a los hermanos. "Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu" (Gál. 5, 25). Con estas palabras el apóstol Pablo nos recuerda que la existencia cristiana es "vida espiritual", o sea, vida animada y dirigida por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad.

La afirmación del Concilio, "todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" [1], encuentra una particular aplicación referida a los presbíteros. Estos son llamados no sólo en cuanto bautizados, sino también y específicamente en cuanto presbíteros, es decir, con un nuevo título y con modalidades originales que derivan del sacramento del Orden.

El Decreto conciliar sobre el ministerio y vida de los presbíteros nos ofrece una síntesis rica y alentadora sobre la "vida espiritual" de los sacerdotes y sobre el don y la responsabilidad de hacerse "santos". [2].

El Concilio afirma, ante todo, la "común" vocación a la santidad. Esta vocación se fundamenta en el Bautismo, que caracteriza al presbítero como un "fiel" (Christifideles), como un "hermano entre hermanos", inserto y unido al Pueblo de Dios, con el gozo de compartir los dones de la salvación (cf. Ef. 4, 4-6) y en el esfuerzo común de caminar "según el Espíritu", siguiendo al único Maestro y Señor. Recordemos la célebre frase de San Agustín: "Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano. Aquél es un nombre de oficio recibido, éste es un nombre de gracia; aquél es un nombre de peligro, éste de salvación" [3].

Con la misma claridad el texto conciliar habla de una vocación "específica" a la santidad, y más precisamente de una vocación que se basa en el sacramento del Orden, como sacramento propio y específico del sacerdote, en virtud pues de una nueva consagración a Dios mediante la ordenación. A esta vocación específica alude también San Agustín, que, a la afirmación "Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano", añade esta otra: "Siendo, pues, para mí causa del mayor gozo el haber sido rescatado con vosotros, que el haber sido puesto a la cabeza -siguiendo el mandato del Señor- me dedicaré con el mayor empeño a serviros, para no ser ingrato a quien me ha rescatado con aquel precio que me ha hecho ser vuestro con-siervo" [4].

El texto del Concilio va más allá señalando algunos elementos necesarios para definir el contenido de la "especificidad" de la vida espiritual de los presbíteros. Son éstos elementos que se refieren a la "consagración" propia de los presbíteros, que los configura con Jesucristo Cabeza y Pastor de la Iglesia; los configura con la "misión" o ministerio típico de los mismos presbíteros, la cual los capacita y compromete para ser "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote eterno" y para actuar "personificando a Cristo mismo"; los configura en su "vida" entera, llamada a manifestar y testimoniar de manera original el "radicalismo evangélico" [5].


[1] Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 40.

[2] Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, 12.

[3] Sermo 340, 1: PL 38, 1483.

[4] Ibid.: l. c.

[5] Cf. Propositio 8.

 

 

 

 



 







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