Presbyterorum ordinis. 50 años después
Por: Andrea Tornielli | Fuente: vaticaninsider.lastampa.it

La “hemorragia” de clero que se verificó tras la época del Vaticano II, «no se pude atribuir de ninguna manera al Concilio ni a su a menudo ambigua recepción. Es necesario reconocer que la crisis era anterior, tenía raíces profundas y remotas, y, probablemente, las reformas conciliares contuvieron sus efectos devastadores». Lo escribió el cardenal italiano Mauro Piacenza, prefecto de la Congregación del Clero, en el volumen "Presbyterorum ordinis. 50 años después", el primero de una serie de ensayos dedicados a los documentos conciliares, propuesta en una nueva colección de la editorial Gantagalli para celebrar el 50 aniversario del Vaticano II.
El volumen inaugura una serie de la que se ocuparán cardenales. El texto del documento conciliar, en latín e italiano, está acompañado por el texto que comenta y contextualiza sus contenidos. La colección de Cantagalli, dirigida al público en general y no a los especialistas, pretende «volver a ver las enseñanzas de los documentos conciliares renunciando a interpretaciones parciales e ideológicas». Y su objetivo es el de «ayudar más a los jóvenes, sin “retroguardias”, a que descubran el gran evento que marcó la historia de la Iglesia del siglo XX y para que acojan la herencia sin intermediarios de parte; además, también pretende ayudar a los menos jóvenes a revivir la alegría, el entusiasmo y el fervor misionero de los años del Concilio».
En el comentario al decreto conciliar dedicado a los sacerdotes, el cardenal Piacenza escribe: «Si los sociólogos e historiadores de las religiones siguen subrayando que la hemorragia de clero, tras la época del Concilio Ecuménico Vaticano II, no tiene precedentes en la historia de la Iglesia, ni siquiera en comparación con la “Reforma” luterana, no se pude atribuir de ninguna manera al Concilio ni a su a menudo ambigua recepción. Es necesario reconocer que la crisis era anterior, tenía raíces profundas y remotas, y, probablemente, las reformas conciliares contuvieron sus efectos devastadores».
El prefecto del Clero observa después que, a partir del análisis del texto del decreto, se deduce que «la doctrina allí presentada, desde el punto de vista tanto sacramental como pastoral, es absolutamente coherente con toda la Tradición eclesial, con los Concilios dogmáticamente más relevantes, como el de Trento, y ofrece un perfil de la identidad sacerdotal completamente arraigado en el sacramento de la orden y enteramente dependiente de ella, incluso en relación con la misión».
Piacenza reconoce que, «sobre todo en las primeras décadas indediatamente posteriores a la promulgación de la “Presbyterorum ordinis”, se buscaron otras formas nuevas de ejercer el ministerio sacerdotal que pudieran responder mejor a las exigencias de la cultura contemporánea y que fueran más eficaces desde el punto de vista de la misión. Sin embargo, tal búsqueda desgraciadamente vivió no pocos unilateralismos, que ocuparon las mentes y los corazones de los que dejaron que los criterios del mundo entraran en el horizonte de la fe, por lo que se encontró no tanto un mundo nuevamente evangelizado, sino una fe, y a veces incluso con experiencias comunitarias, completamente mundanizada».
El cardenal, en su comentario, también indicó que «cada recorrido de auténtica reforma no puede prescindir, en la Iglesia, del aporte fundamental de los sacerdotes. Si bien es cierto que el Espíritu Santo es libre de diseñar, en cada época, el rostro de la Esposa de Cristo (sobre todo suscitando santos, hombres y mujeres completamente llenos de Cristo y capaces) y, por ello, de evangelizar con la misma vida y renovar a la Iglesia y al mundo, los sacerdotes declinan en el concreto y cotidiano ejercicio del ministerio pastoral todo lo que la Iglesia universal para el pueblo santo de Dios, y en ella, la autoridad suprema, indica como camino de necesaria reforma».
En esta difícil tarea, observa el prefecto del Clero, «un criterio debe prevalecer siempre: el del bien de las almas. Por encima de cualquier forma de reforma, siempre debe reinar la pregunta soberana: “¿Esto ayudará a la fe? ¿Suscitará un mayor apego a Cristo?” […] Si este simple e inmediato criterio siempre fuera tenido en cuenta -afirma Piacenza-, no habría ni peligoros cambios doctrinales infundados ni rigideces nostálgicas de dudosa utilidad misionera».


