Llamados a estar con Él (1a parte)
Por: P. Caesar Atuire | Fuente: Catholic.net

No es raro encontrar sacerdotes que manifiestan sentimientos de satisfacción al ver cómo se va desarrollando su ministerio y por la manera en que la comunidad va respondiendo a sus esfuerzos.
Sin embargo, esos mismos sacerdotes asumen un distinto tono de voz cuando se aborda la cuestión de la oración. Ahora bien, esta especie de desencanto espiritual no siempre es una señal negativa.
En efecto, el Padre Frederick Faber del Oratorio de Londres, en su tratado sobre la vida ascética: "Crecer en santidad", afirma que el constante deseo por una más intensa vida de oración es un síntoma de buena salud espiritual.
Allí donde hay un deseo de mejorar la cantidad y la calidad de tiempo dedicado a comunicarse con nuestro Señor en la oración, hay también una tensión hacia el crecimiento espiritual.
La situación empieza a ser distinta cuando tiramos la toalla y nos convencemos de que somos personas incapaces de una profunda vida de oración.
En este artículo vamos a intentar explorar el papel de la oración en la vocación sacerdotal; en definitiva la oración es intrínseca a la vocación sacerdotal.
A partir de allí vamos a examinar unos cuantos medios prácticos que pueden usarse para mejorar nuestra vida de oración.
Entre los pasajes del Nuevo Testamento sobre la oración, los versículos que encontramos en el Evangelio según san Marcos (3,13-15), son particularmente elocuentes:
"Subió al monte y llamó a los que Él quiso: y vinieron donde Él. Instituyó Doce para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios".
Merece la pena notar que el evangelista quiere dar un tono solemne a la ocasión de la designación de los Doce. Subió al monte: es ésta, simbólicamente, una declaración de experiencia teofánica. Y nombró a los Doce, recordando las doce tribus de Israel. El texto griego emplea "ejpoivhsen", término que indica una constitución.
Inmediatamente después vemos aquello que podría llamarse el "acto constitutivo de la misión de los apóstoles". Entre los puntos mencionados, el primero es estar con Él.
Antes de indicar que los apóstoles debían ir a predicar y darles poder sobre los demonios, el evangelista quiere que sepamos que los doce han sido llamados a estar con Jesús. Son los amigos, los compañeros y los íntimos de Jesús. Durante su vida terrena, nuestro Señor deseó tener a personas que estuvieran cerca de Él. Y a éstos develaría los secretos de su reino y de su corazón. Y mientras que a la muchedumbre habla en parábolas, a éstos les revela los misterios del reino de Dios (cf Lc 8,10).
Todos sabemos que esta predilección no era por méritos de los apóstoles, sino que es algo totalmente gratuito: no me elegisteis vosotros, fui yo quien os elegí y os envié (cf Jn 15,16).
El llamado a la vida apostólica es una invitación libre a una relación más íntima con Jesucristo.
Una relación profunda y llena de amor con Jesucristo forma de por si parte del llamado
El ser compañero y amigo de Jesús destaca más aún cuando miramos la escena dramática en el huerto de los Olivos. Llegada para nuestro Señor la hora de su sufrimiento, fue éste un tiempo de temor y angustia, y sentía en su alma una tristeza mortal (cf Mc 14,33-35).
En aquel momento lo único que Jesús pidió a los apóstoles fue que se quedaran velando y rezando con Él. Antes de ser arrestado por los siervos y la guardia del sumo sacerdote, Pedro, tomando la espada cortó una oreja a Malco, uno de los que venían para llevarse al Maestro. Pero Jesús intervino y curó al herido, no quería violencia. Lo que Jesús necesitaba de Pedro en aquel momento no era su buen uso de la espada, sino su compañía y amistad fieles.
San Juan Crisóstomo explica bien este punto en su Comentario al apéndice del Evangelio de Juan. Tradicionalmente, esta escena de la aparición a orillas del lago de Tiberíades se ha identificado con el primado de Pedro.
Y así Crisóstomo observa justamente que, antes de encomendar el cuidado pastoral de su grey a Pedro, nuestro Señor insiste en un único punto: "¿Me amas? ¿Me amas más que éstos?" De alguna manera, parece que la relación personal del Apóstol con Jesucristo es una clave y un factor determinante.
Todas estas reflexiones se encaminan hacia un único punto: una relación profunda y llena de amor con Jesucristo forma de por sí parte del llamado. Y esto no es exactamente lo mismo que asignar un valor pastoral o meramente utilitario a nuestra relación con Cristo.
Existe el riesgo de considerar el tiempo dedicado a crecer en el amor a través de la oración y de la reflexión como un medio para ser eficientes predicadores y pastores. En realidad, hay mucho más que esto en la oración y contemplación; es en sí un cumplimiento del llamado a estar con Cristo.
No es solamente la meta del llamado, pero tampoco es un simple instrumento de eficiencia pastoral.
Una vez que aceptamos que el estar con Jesús y el vivir en su compañía de una manera directa constituyen una parte intrínseca del llamado a ser un apóstol, debemos examinar nuestra escala de valores para ver cuánto tiempo e interés dedicamos para que este aspecto de nuestro llamado se convierta en una realidad.
¿Se ha convertido en una parte intrínseca de nuestras vidas? ¿Podemos describirnos a nosotros mismos como personas que viven en una relación personal continua de amor, de amistad con Cristo? ¿Estamos con Él? Podemos estar seguros de que Él está siempre con nosotros.
Pero lo contrario no es siempre cierto a no ser que hagamos un esfuerzo. Naturalmente esto lleva directamente a la pregunta del cómo. ¿Cómo podemos permear nuestras vidas de sacerdotes de la presencia de Jesucristo, especialmente en las circunstancias de hoy cuando muchas y diversas exigencias nos tiran constantemente aquí y allá? No hay recetas fijas.
Pero hay unos caminos seguros que podemos seguir y los examinaremos de cerca en nuestro siguiente artículo sobre nuestra vocación sacerdotal a la oración.


