Menu


Sacerdocio y fragilidad
La fuerza de la comunión cristiana, a la que ninguna otra experiencia humana de gozo y de afecto puede comparársela


Por: Manuel María Bru Alonso | Fuente: Archimadrid.es, 11 de agosto de 2002



De la Jornada Mundial de la Juventud en Toronto 2002 sabemos cuales fue uno de sus más importantes efectos: la respuesta de muchos jóvenes a la llamada de Cristo a seguirle por el camino del sacerdocio. En los tiempos que corren, y con todo lo que está cayendo, no es poco. El Espíritu Santo, como siempre, rompe todos los cálculos humanos. Una de las aparentes razones que pronosticarían el fracaso de la acción pastoral de la Iglesia, la pérdida de vocaciones, y hasta la hecatombe eclesial, podría haber sido la crisis de la Iglesia en Estados Unidos con los casos de pederastia de un considerable número de sacerdotes. Es verdad que en la lista de "colectivos" acusados los sacerdotes católicos están en la cola, detrás de educadores y familiares. Pero la situación, tremendamente grave, lleva a "reflexionar sobre las causas profundas de esta evidente pérdida del sentido sobrenatural del sacerdocio y de la aspiración al seguimiento fiel de Jesucristo en esos clérigos desventurados", como escribió en su día el periodista Ramón Pi. Seguramente, entre estas causas no hay que desdeñar la negligente formación de los seminarios norteamericanos, tentados a ser más colegios mayores que comunidades de discernimiento, o la mentalidad burguesa del subjetivismo moral tan arraigada en las sociedades pudientes y liberales.

Ahora bien, como el mismo Ramón Pi apuntó sobre este tema, "el modo de ayudar a que estos hechos no se repitan no será ni suprimiendo el celibato sacerdotal, ni permitiendo la ordenación de las mujeres, ni adoptando esta panoplia de medidas que sectores de la propia Iglesia han elegido como bandera de su contestación a la autoridad del Papa, como se comprueba sin ninguna dificultad con sólo echar un vistazo a la pederastia en el mundo. Aprovechar este episodio tremendo para insistir en la abolición del tesoro que representa el celibato de los sacerdotes católicos no es más que un torpe ejercicio de oportunismo demagógico".

Los sacerdotes de mi generación tenemos la suerte de no haber vivido la época inmediatamente postconciliar de cierta confusión sobre la vigencia de algunas tradiciones eclesiales, como la del celibato sacerdotal. En nuestro caso la reivindicación del celibato opcional parece un sin sentido, porque nuestro celibato es opcional. Nadie nos ha obligado a ser célibes, ni se nos ha pasado por la cabeza otra forma de entender nuestra vocación sacerdotal que como vocación también al celibato. No llegamos al seminario amparados por una sociedad que prestigiase ese camino de vida, sino que en el descubrimiento de la llamada de Dios lo que ha habido es un encuentro con uno o varios sacerdotes felices, llenos de vitalidad, con una humanidad que nos atraía de tal modo que suscitaba una inquietud imborrable: ¿No me llamará el Señor a seguirle como lo hace este sacerdote? Y, evidentemente, este atractivo incluía la vivencia del celibato, una especie de radical libertad para vivir la entrega por entero a los demás. Aunque luego nos enteramos, en los estudios del Seminario, que para el sacerdocio el celibato no es una condición esencial, sino una conquista eclesial de una experiencia más vivencial, auténtica y totalitaria del ministerio sacerdotal, no podíamos habernos imaginado otro modo de ser sacerdotes que como los apóstoles, dejándolo todo, también la propia familia, para construir la familia de la comunidad apostólica en torno a Jesús, y la familia de la comunidad misionera, a la que fuésemos enviados por Jesús.

Yo no tengo vocación a ejercer una función, ni mi sacerdocio es una profesión. Nunca lo he entendido así. No conozco ningún sacerdote que lo entienda y que lo viva así. Mi vocación consiste en seguir a Cristo Jesús siendo otro Cristo Jesús. Su vocación es la mía. Él vivió para hacer la voluntad del Padre, yo pido la gracia de poder vivir para hacer la voluntad del Padre. Él vivió para los demás, yo pido la gracia de vivir para los demás. Él vivió célibe para cumplir su misión, yo pido la gracia del celibato para cumplir mi misión. Mi experiencia como sacerdote me dice, de hecho, que la fidelidad al celibato no es una conquista, sino una gracia. Tampoco se sostiene desde la soledad y la renuncia a la experiencia de la familia. Jesús nos enseño a amar, a hacer familia, con todos y entre todos. Es más, nos trajo la experiencia de la familia trinitaria, amor consumado en la perfecta unidad. El gran enemigo del celibato no es tanto la cultura hedonista de cuya influencia nadie esta liberado, sino la soledad, la exclusión social de una cultura laicista que nos mira y nos presenta como bichos raros, y la tentación al desanimo cuando no vemos la cosecha de nuestra siembra. Pero justo son estas las dificultades que se evaporan cuando el sacerdote encuentra, junto a su debilidad personal, la fuerza de la comunión cristiana, a la que ninguna otra experiencia humana de gozo y de afecto puede comparársela. Porque los sacerdotes no somos supermanes, necesitamos de la fraternidad sacerdotal y de la compañía de la comunidad. Porque sólo en medio del Pueblo cristiano, Iglesia-familia, podemos sostenernos.




Manuel María Bru Alonso
Delegado Diocesano de Medios de Comunicación Social
de la Archidiócesis de Madrid






 

Imagen: venysigueme.com







Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |