Ser sacerdote hoy
Por: S. E. Card. Lucas Moreira Neves, O.P. | Fuente: Congregación para los Obispos

Muy queridos hermanos diáconos que van a recibir el orden del presbiterado:
Tras un largo período de formación, tras un recorrido serio de crecimiento cristiano, humano y pastoral, ustedes se presentan a mí para recibir la imposición de mis manos.
Sus superiores piden ante Dios que yo los ordene presbíteros para el servicio de Cristo y de la Iglesia en un momento muy especial de la historia. El tiempo que vivimos tiene impreso el signo de una profunda y dramática contradicción.
Por una parte, podemos decir que éste que vivimos, es un tiempo de innegable orgullo humano, por su calidad científica y tecnológica, jamás alcanzadas en otras eras. Pero, por otra parte, es también -y aquí está su misterio- un tiempo de tantas muertes, de tanta injusticia, de tanta humillación para la persona humana; es un tiempo en el que aparece ante nuestros ojos la industria de la droga, el comercio de la pornografía, la prostitución, aun de los niños y de las niñas; un tiempo en que vemos guerras y oímos rumores de guerras; y todo esto contrasta con tanto progreso humano, social, científico y tecnológico. Éste es el rostro del mundo actual.
Un mundo de desequilibrios, de contradicciones, de provocaciones en los aspectos más esenciales de la vida humana y de la vocación del hombre.
Queridos diáconos: es para este mundo para el que ustedes son ordenados sacerdotes; es para el servicio humilde de este mundo para lo que yo les impongo las manos.
No olviden que este mundo es también, bajo el aspecto religioso, un mundo de contradicciones y de desequilibrios. Sabios, estudiosos de la historia, aun los más importantes, los más atinados, nos dicen que el siguiente milenio será profundamente religioso, profundamente místico. Pero, ¿qué religión, qué mística será? Podemos constatar cuánta superstición, cuánta imagen falsa o incompleta de Dios, cuánto sentimiento, que yo no me atrevería a llamar religioso, porque no es un sentimiento que lleva a un Dios único, vivo y verdadero, sino que lleva a innumerables formas falsificadas de Dios.
Hace poco tiempo, una revista católica publicó el resultado de una encuesta en varios países de Europa. Más o menos un 70 u 80 por ciento de los jóvenes interrogados contestaron: "sí, yo creo en Dios". Pero vino la segunda pregunta: "¿en qué dios crees tú?". Era un dios del New Age, un dios impersonal, un dios mágico, un dios vago, no el Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo. Ésta es la imagen auténtica del mundo actual. Un mundo lleno de ambigüedades y confusiones en todos los planos, aun en el plano religioso.
Para responder a estos grandes interrogantes el mundo se estructura, política y diplomáticamente, en organizaciones civiles y humanitarias; pero observamos con tristeza que no consigue dar una respuesta a estas preguntas fundamentales de la vida. Un líder religioso no cristiano decía: sólo hay una respuesta para los problemas tan graves del mundo de hoy: la respuesta del espíritu, la respuesta del corazón purificado del hombre.
Queridos diáconos, para dar esta respuesta en el espíritu interior, una respuesta solemne, ustedes son ordenados sacerdotes. ¿Cuál es su función?
Yo diría que ustedes son ordenados sacerdotes para salvar, para curar un mundo gravemente enfermo, doliente, con muchas enfermedades, como Jesús, que recorría la Galilea, Samaria, Judea, la Decápolis, sanando, curando, porque encontraba al hombre débil, herido al borde de la ruta.
Ustedes son sacerdotes para curar las llagas, curar las heridas, con mucha fe y espíritu de sacrificio. Cada uno de ustedes, como lo hizo Jesús, debe decir al mundo:"Si crees, te puedo curar, te puedo dar de nuevo la salud y la salvación". ¿Cómo lo harán? Gracias a los carismas que, con la imposición de mis manos, de las manos de los presbíteros, ustedes ahora reciben.
¿Cuáles son esas funciones del sacerdocio que ahora les doy?
Primero: la función de ser testigos del amor misericordioso de Jesucristo. Para eso ustedes son ordenados sacerdotes: para dar gloria a Dios todos los días de su vida, condición para que haya paz en la tierra. El presbítero que no tiene conciencia de ser testigo de la gloria de Dios es un presbítero empobrecido en su mismo ser. Pues dar gloria a Dios es como la esencia del sacerdocio como fue la esencia de la misión de Jesús.
Segundo: su función será la de ser unificadores, reunir a los hombres dispersos, a los hombres enemigos de Dios y enemigos entre sí, a los hombres quebrantados en su familia humana. El sacerdote es sobre todo un "congregador", creador de comunión y de unidad entre los fieles. Por eso el sacerdote no puede ser político, no puede ser partidista, no puede ser hombre de una facción, no puede enrolarse en una parte solamente. Debe ser el hombre que, en nombre de Jesucristo, reúne ricos y pobres; todos los días crea unión, porque el enemigo de la unión, que es el demonio, todos los días busca romperla, busca romper esta comunión que el sacerdote tiene grabada -infinita- todos los días: reunir el pueblo de Dios.
¿Cómo reunirán ustedes este pueblo de Dios? Por la Palabra; no la suya, sino la Palabra de Dios. Y aquí está la grande humildad del sacerdote: saber prestar su pobre palabra humana para encarnar la Palabra de Dios. Por esta razón el sacerdote es un hombre que debe todos los días mantener un contacto profundo, una intimidad creciente con la Palabra de Dios. Es necesario que a cada hora del día, si alguien busca un sacerdote, lo encuentre, con la Palabra de Dios en el corazón y en los labios, capaz de transmitir esa Palabra.
Y luego, ¿cuál es su función, además de ser hombre de Dios, de ser unificador por la Palabra de Dios? Es la de ser pastor, esto es, conducir a las personas, ancianos y jóvenes, adultos y niños, pobres y ricos, hombres eruditos y analfabetos, hombres que tienen ya un sentido de Dios y hombres que dudan o que ignoran, etc., a todos los debe conducir el pastor, según la imagen dada por Jesucristo, conociendo las ovejas, llamándolas por su nombre, orientándolas para defenderlas contra el lobo y, cuando sea necesario, sufrir para salvar la vida de las ovejas. El buen pastor es aquel que, entre las dudas, la ignorancia, los temores, las angustias del mundo contemporáneo, da una palabra de seguridad; no divide, para preservar otras ovejas. Da, más bien, la palabra de la verdad.
Otra función del sacerdote -yo diría la principal- es ser santificador del pueblo de Dios. Santificador por los sacramentos que administra, sobre todo, por el Bautismo y la Eucaristía. El Concilio Vaticano II, para definir al sacerdote, lo llama creador de comunión, de comunión eucarística, de comunión de espíritus.
Recuerden todos los días de su vida que la Eucaristía es la obra principal de su jornada. A veces me preguntan: "¿cuál es la hora más importante de su vida de sacerdote?". Y yo contesto: "A veces por la mañana, otras veces es a mediodía, otras veces por la tarde o por la noche; es siempre la hora en que estoy en el altar para celebrar la Eucaristía que Jesús puso en mis manos". Quisiera que ustedes también pudieran decir lo mismo. Así serán santificadores por los sacramentos, sobre todo, por la Eucaristía. Pero serán santificadores también por el ejemplo de su vida personal, por el testimonio de su vida personal, por la práctica de las virtudes cristianas y evangélicas. Aquí está el misterio del sacerdote, que santifica el mundo gracias a Dios, gracias a la gracia de Dios en los sacramentos como dispensadores de los misterios divinos; pero que santifica también con el ejemplo, con el testimonio de su vida.
Finalmente, con la imposición de mis manos les doy la misteriosa misión de la paternidad espiritual. A partir de hoy el pueblo, en varias lenguas, les llamará "padre", o "père", o "father". ¿Por qué? Porque podemos decir que la humanidad es una humanidad huérfana, carente de padre, y que necesita el amor, la compasión y, yo diría, la serenidad de un padre. Jesús quiere de ustedes que sean a partir de hoy hombres de compasión y bondad para una humanidad débil, una humanidad, como decía, doliente, enferma; pero también, al lado de esa compasión permanente, el amor a la verdad, el amor a las cosas dignas de Dios y dignas del hombre.
Queridos diáconos, sacerdotes, acuérdense de que el mundo y la humanidad ante la cual van a vivir y actuar es una humanidad que no aprecia ni la razón ni la fe. Ésta es la pobreza de la humanidad actual. Hubo un momento en que la ciencia era poca, pero la fe grande. En otro momento de la historia la fe era débil, pero había una esperanza en la ciencia, sin pesimismos. Nuestros tiempos miran a una humanidad sin razón, que no cree en la razón, es muy irracional, y no tiene fe. Y con razón muchos de los últimos documentos de Juan Pablo II tienen como fin decir a la humanidad contemporánea: vivan de razón y de fe. Fides et Ratio: la una no contradice a la otra, más bien una no puede existir sin la otra.
No quiero terminar sin decir que con la gracia sacerdotal, con el carisma de presbíteros recibido en el sacramento del orden, ustedes comienzan a tener la misión de María, que fue la misión de estar en Belén, en el establo de Belén, para mostrar a Jesús a los pastores, a los Reyes Magos, a los hombres de ciencia, a todos los que venían. Era la misión de María: mostrar a Jesús. Ésta es vuestra misión.
En el Evangelio de Marcos hay un momento en que los griegos se acercan a los apóstoles y les dicen: "queremos ver a Jesús". Eso mismo es lo que dicen todos los hombres de hoy. Quizás no lo saben, quizás no se les oye, pero dicen: "queremos ver a Jesús".
A ustedes les corresponde mostrar a Jesús.
Quiso el Señor que ustedes fueran sacerdotes no de una diócesis, sino de una familia religiosa. Les toca recibir de su familia religiosa,, la palabra de la salvación que les ofrece la congregación. Sean sacerdotes para el servicio del mundo, para dar gloria a Dios, para redimir la humanidad, para ofrecer la palabra de Dios, para brindar la oportunidad de santificación, para ser pastores y conductores de almas, para ser padres espirituales que todos los días dan la vida por sus ovejas.
Su Em.ª el Card. Lucas Moreira Neves, O.P., es Prefecto de la Congregación para los Obispos.


